Combinar inteligencia artificial, realidad virtual y ética no es algo que se logre todos los días. Pero cuando se hace con convicción, evidencia y un compromiso genuino por transformar la educación, el impacto puede traspasar fronteras.
Eso fue lo que consiguió un proyecto desarrollado en el Tecnológico de Monterrey, liderado por el profesor Roberto Gómez Tobías, que fue reconocido como Runner up con el segundo lugar global en el premio de innovación educativa de la Academy of International Business (AIB).
El reconocimiento se entregó en Louisville, Kentucky, durante la reunión anual de esta red académica internacional, donde participaron más de cincuenta propuestas de distintas universidades del mundo.
Este modelo educativo no solo integró tecnologías emergentes. Lo que realmente lo diferenció fue su intención: desarrollar la conciencia ética del estudiante a través de una experiencia profunda, provocadora y significativa. No desde el contenido memorizado, sino desde una interacción real con decisiones difíciles.
Un modelo donde la IA reta, no responde
Desde su diseño, el proyecto buscó romper con lo convencional. Con el apoyo de académicos como Martha Lorena Torres, Javier González y Ján Rehak, se creó una experiencia educativa inmersiva en la que los estudiantes enfrentan dilemas éticos representados por personajes virtuales programados con inteligencia artificial.
Pero aquí la IA no está para facilitar tareas ni para dar respuestas rápidas. Está para desafiar al estudiante. Un avatar puede proponer estrategias cuestionables, sugerir actos de corrupción o manipulación legal. No hay respuestas preestablecidas. La tecnología presenta el dilema y el alumno tiene que responder, con lo que sabe y con lo que cree.
Ese momento de confrontación es el núcleo de la experiencia. Ya no se trata de resolver un caso en papel, sino de actuar frente a una conciencia programada para medir no solo conocimientos, sino carácter.
Evaluación rigurosa y resultados con impacto
Esta propuesta no solo fue innovadora, también fue rigurosa. Se diseñaron rúbricas empíricas, se validaron resultados con otros profesores, y se midieron aspectos clave como la carga cognitiva y emocional de los estudiantes.
El equipo no solo quería saber qué aprendían los alumnos, sino cómo se sentían durante el proceso, qué tan motivados estaban, cuánto los retaba la experiencia y si eso influía en la toma de decisiones éticas. Y la respuesta fue clara: los estudiantes mostraron mayor compromiso, profundidad en sus respuestas y mayor solidez en sus valores al final del ejercicio.
El modelo no agotó ni confundió. Al contrario, provocó reflexión real y decisiones más conscientes. Y eso, como señalaron los evaluadores internacionales, es una rareza: usar tecnología de punta sin perder el sentido humano del aprendizaje.
De la innovación educativa al liderazgo consciente
El proyecto no termina ahí. Hoy evoluciona como el Laboratorio de Negocios Conscientes, una iniciativa que busca ampliar esta metodología a más entornos, disciplinas y niveles de formación. Su objetivo no es solo desarrollar habilidades, sino formar líderes capaces de actuar con ética y conciencia en contextos globales complejos.
Ya se encuentra en proceso de publicación en una revista académica de alto impacto, y ha sido postulado para presentarse en foros internacionales, como un próximo congreso en París.
Además, se alinea con marcos como el de la UNESCO, que promueve el uso ético de la inteligencia artificial con base en derechos humanos, equidad e inclusión, y con iniciativas como MIT RAISE, que impulsan un uso formativo y crítico de la tecnología en educación.