La cultura organizacional es un tema que puede levantar muchas cejas cuando se aborda en el día a día de las organizaciones, y más si le sumamos el elemento consciente. Esto plantea preguntas a líderes y colaboradores como: ¿cómo les impacta realmente? ¿Es importante y posible? Y, de ser así, ¿por dónde empezar?
La importancia radica en observar hacia el interior de la empresa y en cómo se viven las tareas cotidianas.
Para ejemplificar, vayamos a los extremos: ¿somos una empresa donde redactar un correo puede provocar en quien lo envía parálisis, náuseas, dudas e incluso nerviosismo, debido a una cultura enfocada en jerarquías que da pie a que el receptor sea reactivo sin intentar comprender el contexto o mensaje? ¿O somos un lugar donde el tono de un correo es tan meloso y cordial que se pierde efectividad, imposibilitando conversaciones honestas o el abordaje de problemas difíciles para mantener un ambiente "feliz"?
Profundicemos esta observación al pensar en las expectativas de quienes trabajan con nosotros, como menciona Tomás Navarro en su libro Wabi Sabi: Aprender a aceptar la imperfección:
“…hay quien piensa que el trabajo ha de ser maravilloso y perfecto, y que ha de aportarnos reconocimiento, estatus y satisfacción completa. En el otro extremo, personas que piensan que el trabajo es la mayor de las torturas, que no supone más que sufrimiento y que la única solución a tal horror es la de buscar el trabajo que más nos permita escaquearnos, comportarnos como nos dé la gana, cobrar más y trabajar menos.”
Entonces, ya que hemos observado estas tareas y expectativas, ¿por qué el esfuerzo de crear una cultura consciente si ambos extremos la vivirán y percibirán de distinta manera?
Como dicen, los opuestos se tocan. Así que lo condensaría en enfocar la cultura como una práctica diaria, natural y orgánica en las cuestiones cotidianas: desde enviar un correo, conversar con un cliente, dar retroalimentación a un colaborador o a personas en roles de liderazgo, tener conversaciones difíciles con un colega, hasta pagar puntualmente a un proveedor.
No se trata solo de redactar valores, propósito, principios, códigos de ética, conductas, rituales organizacionales o de crear espacios atractivos con snacks y puffs. Aunque estos son artefactos que pueden guiarnos hacia una cultura abierta, si no se integran en la realidad de las actividades diarias y cercanas de cada rol dentro de la organización, se quedarán como ideas filosóficas y no en una realidad tangible.
Cerraría invitando a concebir la cultura consciente como una herramienta para traer congruencia a los mecanismos, procesos y estructuras que forman nuestras organizaciones. No debe estar vinculada a medir rendimiento y productividad, como suele señalarse como uno de los beneficios al adoptar esta filosofía en las empresas.
La cultura consciente debe usarse para crear condiciones que hagan lo cotidiano no una fuente de conflicto y estrés sino que nos ayude a medir lo relevante en lugar de lo "importante", fomentando actitudes conscientes y congruentes, comunicación auténtica y una coordinación impecable para lograr una colaboración real entre todos los actores de la organización.
Esto no es una serie de pasos, sino un recordatorio para seguir explorando con genuino interés nuestras organizaciones, encontrando con creatividad y consciencia soluciones a aquello que hemos establecido y fomentado como "inamovible" —estructuras, mecanismos y procesos que buscan exclusivamente el crecimiento económico, la eficiencia y efectividad— para avanzar hacia un modelo que promueva el bienestar y bienser de quienes vivimos la empresa.
¿Y tú? ¿Cuándo observaste con curiosidad la cultura de tu empresa? ¿Sabes qué tipo de cultura has fomentado en lo cotidiano? ¿Cuál te gustaría vivir? ¿Ya estás pensando qué condiciones crear en tu organización y qué medirás ahora?
Yo tengo claro que busco una donde “No hay necesidad de apresurarse, no hay necesidad de brillar, no hay necesidad de ser nadie más que uno mismo” —Virginia Woolf, Una habitación propia.